
Programando el viaje a la Venta El Obispo, gente conocedora de la zona, nos recomendó por encima de ésta la Venta Rasquilla. Están la una muy cerca de la otra, más o menos a unos 5 o 6 kilómetros en la misma carretera que va desde Ávila hasta el Valle del Tiétar.

Como digo, nosotros al final nos decidimos por la Venta Rasquilla, haciendo caso de nuestros amigos. La verdad que el aspecto del edificio no destaca en un paisaje tan bonito. Como la mayoría de las Ventas, es un edificio antiguo, pero no se le ve que haya tenido una reforma hace poco tiempo. No valláis buscando un local que os llame la atención, porque no hay nada destacable, aunque el orden y la limpieza no faltan. Quizá podamos destacar las dos chimeneas de leña, una se encuentra en la barra y otra en el comedor, que deben ser muy agradecidas en el frío invierno de la zona, aunque cuando nosotros estuvimos estaban apagadas ya que la temperatura que había no las hacía necesarias. El comedor no es ni grande ni pequeño, calculo que para unos 80 comensales, aunque las mesas están colocadas de tal manera que no tienes apreturas ni agobios.
El trato es muy familiar, como si comieras en tu casa. Me gustó mucho el trato de la camarera (hija del dueño, creo), que se dirigió a nosotros desde un principio con un “hijos”, que nos hacía especial gracia. También nos sorprendió que no usara comanda, ni para nosotros que éramos 2, ni para una mesa de 7 obreros que había a nuestro lado. Cogía las notas de cabeza y no noté que se equivocara u olvidara de nada.

Subimos hasta el Parador Nacional de Gredos (a unos 10 kilómetros de la Venta Rasquilla) a tomar un Gin tonic, respirar aire fresco y ver el bonito paisaje. Luego, a la vuelta, tomamos otro en la Venta El Obispo, donde nos prometemos que probaremos a comer para poder comparar con su vecina, que ha dejado el listón muy alto. Ya os contaremos.